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Un mundo de ciudades

Un mundo de ciudades

El mundo ha despertado este 2020 con una crisis mundial sin precedentes provocada por el COVID-19, que ha significado un impacto económico y social radical en todo el planeta.

En un nuevo cambio de era, esta pandemia puede significar un acelerador de tendencias
que las ciudades globales ya estaban experimentando. En un mundo antes del COVID-19 y con una perspectiva urbanística, hemos visto como las ciudades han incrementado progresivamente su protagonismo en el desarrollo global. Este incremento ha sido motivado por un lado por los movimientos poblacionales hacia entornos metropolitanos, como nódulos económicos para una mejor calidad de vida de las personas, y de otro por el incremento de la población mundial, que ha pasado de 2.000 a 7.000 millones solo en el último siglo (1).

A grandes rasgos, si a mediados del s XIX solo el 40% dela población mundial vivía en entornos urbanos, a principios del s XX más de la mitad de la población mundial ya vive en las ciudades y la previsión es que para el 2050, el 70% de la población del planeta viva en ciudades y sus áreas metropolitanas (2).

El mundo se transforma rápidamente y a principios del s XXI la Tierra se convierte en un planeta de ciudades. La ciudad se erige protagonista del desarrollo global y en motor de los cambios sociales, culturales, económicos, tecnológicos, políticos, sanitarios y medioambientales, para dar respuesta a los grandes retos de la humanidad y del planeta.

Y a medida que las sociedades y economías de todo el mundo se han urbanizado, se ha transformado también la noción clásica de ciudad global. La economía mundial actual se dibuja a través de un ecosistema de ciudades muy distribuido. Superado el ciclo donde unos pocos centros financieros como Nueva York, Londres o Tokio eran los grandes impulsores de la economía, hoy existe una extensa y compleja red de más de 100 ciudades que participan en los flujos internacionales de mercancías, servicios, talento y capital, y que las convierten por lo tanto en motores del crecimiento y las transformaciones globales.

Se establecen nuevos equilibrios de fuerzas y los gobiernos locales tienen que afrontar nuevos retos, como el cambio climático y el efecto invernadero causado por la emisión de carbono, concentrada cada vez más en los entornos urbanos.

Aún con las políticas internacionales y nacionales contra el cambio climático, los gobiernos locales adquieren una creciente capacidad de intervención, con la gestión de temas como el transporte o la construcción, responsables del 80% de emisión de CO₂ en las ciudades. Por ello, la perspectiva del cambio climático se integra en los planes, proyectos y procedimientos y en la toma de decisiones de todos los ámbitos de
actividad de las administraciones locales.

Las ciudades han sido también, a lo largo de la historia, el epicentro de enfermedades infecciosas. Si hoy, a principios del s XXI con la crisis del COVID-19, las ciudades globales se encuentran en el centro de la pandemia, mirando atrás vemos como, a finales de la Edad Media, la Peste Negra diezmaba poblaciones en ciudades de Asia y de Europa y en nuestra ciudad, Barcelona, esta y otras epidemias causaban la muerte
de miles de ciudadanos entre los siglos XIV y XVII 3 i 4. Pero la historia ha demostrado que, cada vez que ha habido un contagio en las ciudades, sus efectos han dado lugar a las innovaciones más extraordinarias. Y no hay ninguna razón para suponer que esto no vuelva a pasar con la crisis actual.

De la necesidad a la innovación: el COVID-19 emerge en la economía global como un acelerador del cambio en las ciudades, transformando tendencias a largo plazo que ya se estaban produciendo.

Por un lado hemos visto en los últimos meses como ha aumentado la digitalización del comercio, potenciando el uso de las tarjetas versus el efectivo, el trabajo en remoto, la prestación virtual de servicios como la formación o la salud, la transformación de la movilidad o la peatonalización de las calles.

Es probable que en un futuro próximo, se flexibilice la manera en que se mueve la ciudadanía para trabajar o estudiar. Gracias al teletrabajo, a los nuevos horarios y a la digitalización, en los distritos y ciudades metropolitanas habrá más oportunidades. Se trabajará en casa, pero también en espacios de coworking, con una vida vecinal más rica. O puede ser que, como solo habrá que ir al centro de la ciudad uno, dos o tres días
en la semana, se pueda vivir más lejos, como ya pasa en los Estados Unidos o China.

El impacto del COVID-19. Simultáneamente, como apunta el Profesor Greg Clark, urbanista británico y experto mundial en ciudades, el COVID-19 irrumpe en esta situación con una serie de imperativos, que producen alarma a administraciones y ciudadanos, y que obligan a actuar con determinación, reconfigurando el concepto de ciudad hacia un nuevo modelo más ágil, más sostenible y más digital.

Estos son:
• La digitalización como nuevo modelo de negocio de los servicios (como el teletrabajo, la formación online o la telemedicina) pide una revisión de la movilidad, el uso de los edificios y los centros de las ciudades.
• La transformación hacia una oferta comercial digitalizada y de proximidad.
• La inversión en salud pública y atención sanitaria, como prioridad.
• Reconociendo el vínculo entre la salud humana y la salud del planeta, el compromiso para la neutralidad en carbono en las ciudades el 2050.
• Un nuevo equilibrio entre el control de los gobiernos y la libertad ciudadana en momentos excepcionales, donde la ciudad puede facilitar, con más competitividad y productividad, los derechos civiles, la privacidad o la ciberseguridad de la ciudadanía.
• Un nuevo contrato social más inclusivo. Los ciudadanos y ciudadanas surgen como capital social comprometido, que ha impulsado esfuerzos de ayuda mutua, organizaciones comunitarias, de vecindad y resiliencia, y puede ser el protagonista de nuevos modelos de urbanización.

El mundo post-COVID. Profundizando en este relato, el Profesor Greg Clark apuesta por el nuevo concepto de ciudad mixta, la blended city, en la cual se yuxtaponen la ciudad real y la virtual. La blended city es un tipo de ciudad combinada, donde aprovechamos todas las nuevas oportunidades que surgen de la virtualización, pero todavía disfrutamos de los activos físicos y los atributos de la ciudad con todas las oportunidades que ofrece la ciudad de manera presencial.

En palabras del Profesor Clark, “la ciudad combinada es capaz de tener una geografía mucho más grande que la ciudad física que disfrutábamos antes y, de hecho, crea muchas opciones nuevas sobre donde viven los ciudadanos, donde se encuentra su puesto de trabajo, qué recursos utilizan y con qué frecuencia usan la ciudad.”

En resumen, las ciudades en momentos de cambio, son los bancos de pruebas perfectos para nuevas innovaciones. Si las ciudades del mundo son capaces de adaptarse y reinventarse, como siempre lo han hecho en el pasado, tienen por delante una oportunidad única de promover una especie de “reset”, para hacer que esta nueva normalidad devenga, en muchos aspectos mejor, que el anterior.

Las ciudades y su ADN: el caso de Barcelona.

En este contexto global, donde la crisis del COVID-19 se expande por los países y ciudades del mundo de manera más o menos desigual, hay que recuperar y poner en valor el ADN de cada ciudad, aquellos rasgos diferenciales que destacan su singularidad, más allá de las circunstancias actuales. Para Barcelona, como para cualquier ciudad del mundo, el ADN es el resultado de su historia, su cultura, la geografía, el clima, su gente… Son aquellos rasgos que la proyectan y la distinguen interna y externamente y que generan un fuerte sentido de pertenencia. Son también la palanca para su proyección internacional, la dinamización de su economía y la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos, hoy más necesarios que nunca.

El ADN de las ciudades también es fruto de las circunstancias de cada época, porque los impactos negativos y positivos que recibe la ciudad modulan su ADN, lo reactivan, lo contraen o lo regeneran. Con todo, la percepción que se tenga de una ciudad a nivel internacional dependerá, no tanto de los impactos que lo afectan en un momento dado, sino de como la ciudad responde a estos impactos, en expresión de sus rasgos diferenciales y su ADN. Pensando en la recuperación post-COVID19, la ciudad global se nutrirá de su ADN para proyectar su singularidad, promover la ciudad internacionalmente, reactivar la economía, creando sentido de pertenencia y repensar el futuro con un propósito común.

En el caso de Barcelona, su ADN es fruto de sus 2000 años de historia, con una ubicación privilegiada entre el mar y la montaña, un clima mediterráneo y una manera de ser y de hacer que la distinguen universalmente. En el pasado, Barcelona ha sido ejemplo de colaboración público-privada, donde instituciones, administración, empresa y ciudadanía han trabajado juntos para gestionar los momentos más exitosos de la ciudad como los Juegos Olímpicos de 1992, pero también los más difíciles como el atentado terrorista del pasado 2017 en La Rambla de Barcelona o la crisis actual del COVID-19.

Unos y otros serán oportunidades para mostrar al mundo su talante de ciudad abierta, emprendedora, comprometida, innovadora y resiliente para reinventar de nuevo su futuro.