Hoy hace 755 km que salí de Roncesvalles y 4 meses que todos volvieron a nacer, por eso hoy he llegado a Santiago de Compostela, muchas vidas después «lleno de aventuras, lleno de conocimientos».
Fue una decisión muy natural: ‘haré el camino sola’. Quería un reto personal que significara esfuerzo y disfrute – naturaleza- a partes iguales con un destino, un propósito,… y una oportunidad para crecer.
Tengo todavía la imagen del primer paso en Roncesvalles: un sendero verde y luminoso como una promesa. Y hoy la última imagen, entrando llena de emoción por el lateral de la plaza Obradoiro, buscando incrédula la fachada de la majestuosa catedral, como quien no se lo cree que haya llegado hasta aquí. Nos ha costado 10 y ayuda, atravesando la península, disfrutando del paisaje – y no tanto del asfalto-, ha valido mucho la pena a pesar de la duración (¡años!) y las lesiones del camino.
Del camino he aprendido la paciencia. Que seguramente desaprenderé. Aprender a disfrutar del camino, ralentizar el paso, encontrar tu ritmo. A escuchar el cuerpo ya parar cuando te dice lo suficiente. Recuerdo que lloré de emoción al llegar al Alto del Perdón después de un paréntesis en Cizur Menor, pasada Pamplona.
¡He aprendido que «el Camino» atrae a gente de todo el mundo! En una ermita del Pirineo navarro, disfruté de la bendición a quienes empezábamos, ¡con 4 curas y gente de 23 nacionalidades! Personas venidas de Asia, América, Europa y Australia habían venido hasta allí, para atravesar un país lejano… ¡a pie! Escuchar frente al altar la bendición en tantos otros idiomas fue una «mise en scene» imponente.
He aprendido que hay que cuidarse a uno(a) mismo(a). Y premiarse después del esfuerzo. En Puente la Reina disfruté de la única piscina del Camino. Delante de un prado inmenso, en un albergue al final del pueblo.
He aprendido a observar la vida. Y a estar presente, como la mejor fórmula para recibir en manos llenas lo que te llega en cada momento. Quizás también olvide esta teoría. Pero la práctica de ese año fue inolvidable.
He practicado la escucha. Bien, quizás ya había practicado un poco antes. Pero en Camino nos escuchamos todos mejor. Hay apertura hacia la otra. Existen largas conversaciones y los silencios son más ricos.
Aprender que el segundo bar suele ser el mejor al llegar a un pueblo. En medio del campo en algún lugar entre Palencia y Leon había un cartel donde decía : «Y know that I know nothing but the 2nd bar is cool! Sócrates». Fui… ¡y era de un catalán! En los últimos días he visto un cartel más sutil: «En la próxima aldea hay dos bares» y allí también hablé catalán, con una familia que venía de Lleida.
A salir de la zona de confort. ¡No dormí en un albergue hasta pasados los primeros 100kms! Pero no los he abandonado desde entonces. No se entendería el Camino sin la vida en los albergas (los albergas de antes, de cuando no estaba Covid, este año ha sido muy raro).
Y está bien cambiarse el nombre de vez en cuando. Como no tenía ganas de lo de Consuelo y repetir mi nombre y dar explicaciones y deletrear, durante «el Camino» me he dicho Sol. Como el girasol. Pero no Marisol. SOLO. A secas.
Desde el Albergue Seminario Menor descansando por fin, oigo al fondo una canción de Sabina. Algún peregrino satisfecho. reconfortada, feliz o cansada como yo que comparte la experiencia y el espacio alucinante, a la vez cutre y majestuoso de este sitio, con aires de Harry Potter.
Y por último, lo más importante. Los gallos cantan cuando les da la real hambre. A cualquier hora del día. Y las 6 de la mañana, también.
Hablando de retos, ahora habrá que revisar el to do list. What’s next ?
PD: #Afganistán duele, sin embargo.